"ROMANCE DE LA AURORA"
En el cielo falta un ángel
que del cielo se fugó.
Faltó de pronto una estrella
que de pronto se apagó.
Los ángeles todos buscan
muy temerosos de Dios
a la estrella más brillante
que como ella no hubo dos.
El ángel que se ha fugado
tenía tal esplendor,
proyectaba tal belleza,
desbordaba tal amor,
que nadie se explica cómo
ni para qué se escapó
y ninguno tiene idea
de hacia dónde se marchó.
Muchos andan preocupados,
angustiados más de dos:
Serafines, Querubines,
muy temerosos de Dios.
Tronos y Dominaciones
buscan en cada rincón
y el cielo está alborotado
de angélica ebullición.
Los ángeles más pequeños
lloran sin consolación,
lagrimitas de granizo
y perlitas de dolor,
pues del alto firmamento
una estrella se apagó
y el más bello de los ángeles
muy solitos los dejó.
Un anciano venerable
noble y lleno de candor,
que guardaba en sus jardines
de las flores la mejor,
se sentía muy inquieto
porque él era el velador
y una flor, la más hermosa,
de sus prados se esfumó.
Un poeta peregrino
sigiloso la robó
y a esa flor, secretamente,
de su tallo separó.
"¡Que no se dé cuenta nadie!"
-exclama el ángel mayor-
"¡Por Dios, que nadie lo sepa,
que no se entere mi Dios!"
Temerosos y angustiados,
inquietos ¡cómo que no!
todos los ángeles andan
del cielo en cada rincón,
busca que busca una esgtrella,
busca que busca una flor,
busca que busca a aquel ángel
que del cielo se marchó.
Ya han checado en todas partes
tensos de preocupación
y vuelven al mismo sitio
a revisarlo mejor;
pero lo que ellos no saben
-ni quiero que sepan, no-
es que el ángel se ha escondido
dentro de mi corazón.
Ese angel se llama Aurora
y a ese ángel lo guardo yo
y que nadie me lo quite
que me dejan sin su amor.
La estrella que de los cielos
de repente se apagó,
yo la tengo prisionera
en incógnita prisión.
Esa flor inmaculada
que del prado se esfumó
y ha dejado gemebundo
al anciano velador,
yo la tengo reservada.
Es un regalo de Dios
y escondido su perfume
me perfuma el corazón.
La alborada desparrama
su nostálgico color,
más nostálgico que nunca
por la ausencia de una flor,
porque un ángel se ha fugado
y una estrella se apagó.
La alborada también sufre
de nostálgica aflicción.
¡Ah, la dulce, dulce Aurora!
¡Ah, regalo de mi Dios!
Dios sonríe al ver los ángeles,
que me guiña un ojo Dios;
que un anciano está llorando
llanto anciano de dolor,
porque a su jardín le falta
la más bella y tierna flor.
Cada suspiro de su alma,
cada ferviente oración,
cada gemir sollozante
de su roto corazón,
hablan más que mil palabras,
pues le falta a su ilusión
una estrella que era un ángel,
que es un ángel que era flor.
Lo que aquel anciano ignora
es que está en mi corazón.
¡Ah, la dulce, dulce Aurora!
¡Ah, regalo de mi Dios!
¡Ah, mi estrella luminosa!
¡¡Ah, la más preciada flor!
Mejor que lloren los ángeles;
pero no que sufra yo.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC (Derechos reservados)