Me detuve a contemplar tus ojos,
sólo un instante, un segundo;
porque son éstos el oscuro río,
donde brota mi corazón vestido de luto.
Guardan como escondite, la oscuridad,
las pupilas de esos ojos,
que como hechizo penetran en los míos
y con un solo contacto me petrifican.
Muerte recóndita e infinita
le dan tus labios a mi boca.
Con el mínimo rozar,
me desangro en su palpitar;
hasta dejarme pálida, como ser inmortal.
Tu tersa piel,
eriza mis sentidos,
su frialdad sin sensatez,
me lleva a lo prohibido.
Cuerpo sombrío y erguido,
que llamas con tu sombra
la compañía del mío,
albérgame, hasta sentir escalofríos.
Arrópame con tu abrazo en niebla y frío,
deja sin aliento a este ser sin sentido.