Tengo veintinueve años
y una salud perfecta,
mi dentadura completa
e intactas, mis energías;
libertad de movimientos
y un completo bienestar.
La mente llena de sueños,
de novedosos proyectos,
mis ojos están perfectos
y no me puedo quejar;
mis deportes predilectos
aún los puedo practicar.
Nadie me dice, al presente,
que todo esto es temporal
(ni yo lo pienso, obviamente)
no consigo imaginar
que, ya a los sesenta y cinco,
me canse sólo al andar.
Que ya no tenga mis dientes
y no pueda masticar,
que me venga algún mareo
al tenerme que agachar
y todo lo que ahora veo,
ya no lo pueda mirar.
¡Qué pronto pasa la vida
y qué efímero es aquello
que llamamos "juventud"!
Después, nos queda una herida,
perdemos hasta el cabello
y llega la senectud.
Hoy, soporto sin esfuerzo
las frecuentes desveladas,
y no importa si me excedo
en festivas ocasiones;
no tengo complicaciones
en mi buena digestión.
Pero no debo confiarme
porque nada es para siempre,
y ya llegará Noviembre,
por ello, debo cuidarme;
valorar este tesoro
con prudencia y previsión.-
Eduardo Ritter Bonilla.
Miércoles 24 de Febrero del 2010