La lluvia caía
envuelta en un velo negro,
dos débiles siluetas
resaltaban en la oscuridad.
No se oía,
mas que el murmullo del viento
y las débiles gotas de lluvia
que sobre el suelo caían.
Bajo el paraguas,
las dos débiles figuras se miraban,
sin meditar palabras,
solo sus bocas se unían con frenesí,
los ojos fijos el uno en el otro;
sobraban las palabras.
Cuando sus bocas
rompían el silencio,
era el te quiero que escapaba
con una ternura inexplicable,
con un cariño algo unico.
Los dos salían de focos
de desilusiones distintas,
pero apoyando el hombro
el uno en el otro
formaron un solo cuerpo,
un solo espíritu,
formaron el comienzo
de un nuevo idilio.