Te doy gracias infinitas,
Padre misericordioso,
por esa mujer bendita
que Tú has puesto en mi camino
haciéndome tan dichoso.
Gracias, Padre, por su amor
tan limpio, tan cristalino,
que me impulsa a ser mejor
cuando siento su calor
y su cariño divino.
Gracias por la abnegación
con que me aceptó por dueño
y se ganó mi adoración,
al rebasar mi ilusión
y hacer realidad mi sueño.
Gracias por su compañía,
su ternura, su bondad,
por esa sinceridad
y esa sublime armonía
que cautiva al alma mía
y me da tal felicidad.
Gracias, Padre generoso,
por dar respuesta a mi anhelo
al concederme su amor
y su belleza interior
(que es lo más maravilloso).
Has llenado de esplendor
mis años, Dulce Señor,
¡y me has adelantado el cielo!-
Eduardo Ritter Bonilla.
Miércoles 22 de Julio del 2009.