Alboreando la mañana de una noche de quietud,
descendía desde el cielo un rayo de luz,
del alba espero la gracia, que me dé su plenitud.
Me parece oir sus pasos por la senda donde voy,
y disipa su presencia toda sombra de temor.
De sus labios fluye dulzura, su voz consuelo me da,
su esplendorosa faz sonríe y derrama su luz,
áureo canto de gloria, cuando canta su voz,
su sonrisa es alegría y de mi alma el hogar.
Sus manos cariñosas me entregan su ternura,
como blancas azucenas, como lirios de amor.
Cuando canto a su oído dulcemente una canción,
se vislumbra en el oriente, amaré siempre su amor.
Lupercio de Providencia