Tímido el poeta de triste mirada
llena de secretos y melancolía
llegose a la tumba de su bienamada.
El viento soplaba, la tarde caía.
Postrose de hinojos; se le adivinaba
el llanto en los ojos
dolor en el alma que tanto sufría
y besó la tumba con sus labios rojos.
Santiguó su frente, sacó su rosario
y entre sus sollozos brotó rutinaria
como un milenario
canto misterioso su intensa plegaria.
¡Oh Dios de los cielos, Señor de la vida!
alivia de mi alma la herida
y dame el consuelo de la fortaleza
es muy calcinante mi triste tristeza,
me agobia, me pesan la Cruz y el quebranto,
me siento tan solo. Mi pan es el llanto.
Se fue de mi vera mi luz y mi estrella,
por ella vivía, sufría por ella
y hoy muero por ella, Señor. Ya no aguanto.
Tú que eres tan bueno, Tú que eres tan santo
Dime que la tienes contigo. Gemía
y luego exclamaba: -Mi amor, melodía
que ya mis oídos no habrán de escuchar.
¡te quiero! Llegaba la brisa del mar
y el cielo de intenso rubor se vestía.
Callaba de pronto, golpeaba su pecho.
Limpiaba sus lágrimas, estaba deshecho
como se deshace la espuma en las manos
y ahí se quedaba llorando dormido
sufriendo la pena del amor perdido.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC