Y un día quisiste venir, mi regalo de Dios, quisiste quedarte entre mis brazos, en mi vientre guardado, bien guardado.
La larga espera, un momento de emoción y Él depositó entre mi temblorosas manos a un ángel, un ángel sin alas, y ese ángel vino para devolverme cada mañana una sonrisa nueva cada día, una ilusión renovada, unas gotitas de intranquilidad recompensada en todo momento por la hermosura de tu sonrisa.
Mi ángel sin alas, mi querido hijo, hijo de mi alma, solo sabrás cuanto te quiero cuando alguien deje en tus brazos un regalo del cielo, un ángel sin alas.
Y sólo entonces me querrás, y solo entonces sabrás lo que es querer. Solo cuando te conocí supe lo que te quería, solo cuando te conocí supe que no sabía querer.