A Luismi y Cande, tan especiales.
Al mismo pie del monte impenetrable
cuando se suaviza el cerro para besar al río,
encontrarás un ranchito pergolado,
escondido y simple.
Está protegido por el sur y por el norte
de los vientos, las lluvias y los soles
y hasta de todas las miradas
que no sepan o no puedan asombrarse.
Bajarás por el camino centenario
enmarcado por castaños majestuosos,
verás los vetustos nogales-algunos ya sin vida-
y te sorprenderá de pronto, en pinceladas.
Y verás que tiene otra vida muy distinta
a cuando otros eran sus señores.
Hoy irradia una luz mansa, que no es propia,
se la han prestado quienes se afincaron
llenándolo de paz y de sosiego.
Y la noche, pariendo sombras,
se cristaliza en estrellas a través de la pérgola
y junta todos los silencios. Todos!
Siempre hay silencio, nada lo perturba.
Hasta las yeguas criollas atadas al palenque
parecen entenderlo y no se mueven
compenetradas del mismo sortilegio.
Es así. Es así como te digo
y me llegó al alma.
Y por eso hoy quise cantarle,
para no quedar ajeno
a su encanto.