Nadie podrá olvidar
esa triste mañana,
el mundo se conmovió,
cuando té fuistes al cielo,
en hijo té convertistes,
de buenos salvadoreños.
Lloramos todos juntos
y no encontramos consuelo.
Nos parece imposible,
que te mataran pequeño,
aceptamos que cuando grande,
la muerte se haga tu dueño,
pero tú a los nueve años,
porque regresarte al cielo
dejándonos en la tierra,
sufriendo este desvelo.
Nuestro señor se extrañó,
cuando llegaste corriendo,
hijo que haces aquí
te digo frunciendo el ceño.
No entiendo como volvistes
si todavía no es tiempo.
Quien se atrevió a desafiarme
tocando parte del reino.
Diosito se molestó,
sabiendo lo que te hicieron.
La muerte le anticipó
a esa bestia de los avernos.
Malvado que hoy te quemas
en el fuego de los infiernos,
ya nunca podrás pagarnos
la muerte de mi pequeño.
Gerardo, hijo querido
seguirás vivo dentro de mi ser,
vives aquí en mi alma,
aunque no te podamos ver.