No sé como tuve tanta fuerza
para desengancharme de sus ojos
y zafarme de sus brazos.
Podía ver mi vida reflejada junto a ella.
La magnitud de mi dolor
no puede expresarse con la simple muestra
de las palabras,
sino que siento que mi corazón
sufre de una carencia
en su interior.
Ya no puedo deducir ni el próximo paso
que voy a dar.
La falta es inmensa,
el no estar ella aquí
me coloca al lugar
de un caracol sin su casa.
No hemos podido enfrentar
lo que hemos querido siempre solucionar,
no somos de la gente,
tenemos un gen especial,
el amar a un ser tan individual.
Siempre he querido recorrer las ventanas
en donde se asoma su llama
y deambular tímidamente
rodeado de la naturaleza
y de su opaca sensibilidad.
Aun sigo reflexionando
sobre mi heroica batalla
si fue derrochada o ganada.
No logro entender mi malestar
y todo este susurro
que se pasea noche y día,
minuto y hora
por las aceras de mi mente
respirando claras y a la vez
confusas decisiones.
Simplemente,
no tengo nada más que rendirme,
concluyo;
y asfixiarme de pena,
emborracharme de lágrimas y sufrimiento,
mas gozar de una vida de amargura,
angustia y dolor,
paseando por una calle sin salida de amor.
La deseé tanto en mis brazos.
Y ahora la encuentro a ella,
alejada de mis abrazos.
Mis besos no son más que
livianos kilómetros de deseos frustrados
y sueños dorados
que se despiden
levantando la mano
para dar la bienvenida
a un nuevo amanecer
y un mañana inesperado.