Me quedan sólo unas gotas
de esos mares procelosos
de pasiones encendidas,
que desbordaban las playas
de mi loca juventud.
Me quedan sólo unas gotas
de los torrentes de antaño
los que, al paso de los años,
extinguieron sus espumas
entre las brumas del tiempo;
me quedan sólo unas gotas
de esa indómita pasión.
Me quedan sólo cenizas
de las corrientes de lava
que emergían y que abrasaban
mi impetuoso corazón
en años de sueños locos,
impaciencia, irreflexión.
Me quedan sólo cenizas
de lo que antaño era fuego
recorriéndome las venas
y sacudiendo mi cuerpo:
un volcán en erupción.
Me quedan sólo migajas
del cariño y la ternura
que sembrara a manos llenas,
lo mismo en terreno fértil
que en los áridos desiertos,
con la más torpe ilusión.
Me quedan sólo migajas
de aquellos tiernos deseos
que, entre absurdos devaneos,
desperdicié con fruición.
Me quedan sólo recuerdos
de mis pasadas conquistas,
de mis locas aventuras,
las delicias y amarguras,
los triunfos y decepciones,
de las tontas sinrazones
que sembré en mi juventud;
me quedan sólo recuerdos
en esta extraña quietud.
Pero, reuniendo esas gotas
de pasión entre mis manos,
recolectando cenizas
de los fuegos ya extinguidos,
levantando las migajas
de cariño y de ternura,
recopilando recuerdos
de una ilusión bella y pura
Puedo extenderte, en mis dedos
y en la palma de mi mano,
lo que me queda de vida,
de aliento, de corazón.
Puedo ofrecerte, al ocaso,
la tibieza de mis brazos,
mi postrera ensoñación.-
Eduardo Ritter Bonilla.