Todavía guardo con recelo
en un cajón el pañuelo
con el que enjugué tus lágrimas,
querida Amelie, de terciopelo,
y, al mirar a tus ojos serenos
llenos de poesía,
caí en las redes de tu amor tierno.
Todavía recuerdo tu voz
de melodía envolvente
como el canto de una sirena
que en el ocaso de la tarde resuena
entre tranquilas aguas de azul celeste.
¡Oh, terrible tormento
que estás depauperando
mi famélico espíritu
de amor sediento!,
yo te suplico en acérrimo pedimento
que ceses tu acometer violento
y devuelvas a mi espíritu
la paz que se llevó el viento.
Yo te amo y te deseo
en las frías noches de invierno,
yo rezo por tí, musa mía,
cuando, con lágrimas en los ojos,
miro al firmamento de fuego
y veo tu rostro angelical
desdibujado en la tarde
del silencio eterno.