Su rostro besa el estío brillante,
con su fulgor sonrosado en el viento,
como palpita en invierno su pecho,
por el amor que no supo guardar.
Cuanto le hizo sufrir un ingrato,
dio su cariño y obtuvo el desdén,
sobre el papel el dolor se derrama,
de su desaire surgió la pasión.
En los tormentos renace el deseo,
y los más bellos poemas de amor,
ella agradece a su numen casual,
él ni siquiera lo imaginará.
Cuando el adverso destino a dos une,
se dan la mano, y lloran en par,
se va la pena del labio que gime,
y en un suspiro aparece el consuelo,
pronto revive el amor siempre eterno,
como una estrella que sigue hasta el fin.
Lupercio de Providencia