Dios vengo a suplicarte, he quedado ciega
siento sobre mí, sus manos temblorosas
y su cuerpo ardiente, derramado en fuego,
tendido sobre mí, en un lecho de rosas.
La púrpura corola, que hoy hago entrega,
brinda el néctar de un jardín lleno de rosas.
Para saciar su sed, mi sangre se riega,
semejando un enjambre de avispas rojas.
Y entregué al fin mis blancas virginidades,
cuando mi ser absorbió rauda sus mieles,
derramada por sus locas ansiedades.
Extendidas colinas de surco ardiente,
estallaron en llanto, con furia loca,
cuando sentí su calor… rozar mi boca.