Una lagrima le caía lentamente por el rostro.
Pensé que se trataría de una gota de lluvia, pues no alcanzaba a descubrir qué podría arrancar, tan solo un sollozo, a una chica tan alegre.
Seguí el movimiento lento de esa perla transparente, que avanzaba con cuidado, temerosa de que el calor de las mejillas la evaporase. Y continuó deslizándose hasta llegar a esos labios de rojo encendido en los que vi dibujada, como si Morfeo se hubiera adueñado de mi mente, una de esas sonrisas que me transmitía una paz y una tranquilidad que nada más igualaba. Y quise acercarme, y secarle esa gota de amargura. Pero la miré a los ojos. Seguían siendo bellísimos, pero ahora parecían dos esferas de cristal transparentes queriéndose deshacerse y romper en llanto. Pero algo le impidió satisfacer el deseo de sus ojos. Había algo que hacía que prefiriera guardar toda el pesar de las lagrimas que guardaban sus pupilas.
La lagrima que había conseguido escapar, ahora ya caía por su cuello, dejando tras de si una estela. Y entonces me atreví. La abracé y note su mejilla con la mía, y como otra lagrima caía, pero ahora había cambiado la amargura por una dulzura inimaginable, y sus labios volvían a esbozar la cálida sonrisa que le caracterizaba.
Noté un calor intenso en el corazón, y sus lagrimas se mezclaron con las que ahora me recorrían la cara.
Con cariño,
Masclins