Y pasó.
Pasó fugaz como el viento; el mismo que se lo llevó
como el aire que agita las ramas, raudo e infinito,
como el propio firmamento anunciando que terminó
sabedor, que se dejaba, la huella de algo bonito.
Sin apenas llegar a sentirlo, ni a tenerlo,
sin darme cuenta de como llegó, de que jugó conmigo,
ciego, palpando, sin tan siquiera verlo:
las horas y los minutos y los segundos quemó.
Le trajo el atardecer, la caída de la tarde;
en su empeño, el monte, tres días le sujetó
de sus juegos y sus hazañas, con aire de niño eterno, hizo alarde
y con la conversación profunda, la noche le contempló.
La música, su música, del espacio se hizo dueña
notas interminables que hablaban al corazón
vagando chillonas por las sombras. Y sueña
con algún recuerdo a la sazón.
Dejó su firma, dejó su impronta razón
su estela y su efigie marcaron, señales en la habitación
el humo cubrió su imagen mientras sonaba esa canción,
comía mientras hablaba, decía de su emoción…
Tan ligero como la espuma, tan raudo como veloz,
tan efímero, como la propia vida,
tan fuerte como su voz
tan increíble, la noche, de nuevo se lo llevó.
Y pasarán los días y las semanas y sabe Dios, cuanto más
y pasarán las páginas en blanco y la nada me traerá
a mi correo, de su escritura y de su historia quizás;
y como un rayo traidor, su ausencia, sobre mi alma caerá.
Y pasará de nuevo por mi casa cercana,
por mi vida y mi camino
que le traerá la tarde lejana
para llevarlo de nuevo, por la senda de su destino…