He sabido de guerras homicidas,
guerras que en nombre de Dios
contempló la tierra absorta.
Y he visto bendecir las armas
que a otras armas, más benditas,
sin recatos desafiaron.
Y he sentido en mi propia alma
cómo nombrando a ese Dios, sin pudor, me lapidaron.
Y yo... al mismo Dios,
a mi Dios, invoco y ruego
que a ellos los perdone.
Que rompan las viejas telarañas
urgiendo el aleteo de sus alas.
Que adviertan la llegada del alba
con el tercer cantar del gallo,
a través de toda sombra,
para que al llegar el día
la luz sea lúcida luz en sus miradas...