Figura amorfa de oscuro manto, ojos brillantes de furia e ira, agazapado el imponente León, uñas gastadas, dientes y lengua babeantes, ceñido a la roca, acecha noche y día mitigando hambre de estómago crujiente, menguando tragos con avidez del río.
La claridad se asoma con tenue brillo, opacando el fulgor asesino, garras sin filo de tanto uso, cansado y fúrico zarpazoz ciegos al viento agita.
Color sangre emana su mirar, respirar agitado, con dolor nublado recoge memorias, otrora venados y gacelas tiernas, fáciles comía.
Escucha sonidos entre matorrales de oscuros y claros verdores, olfatea el aire erguido en cuatro patas, aquel ruido.
Inesperadamente cual relámpago fugaz, penetra sus entrañas el disparo certero del experto cazador. El viejo León se agita, herido de muerte convulsiona, entre neblinas visiones asoma en su último estertor, el rostro sonriente del depredador.
Sin mirar lo ojos de la victima cobardía natural del victimario, aferra cual trofeo la melena hermosa inerte felino.
Al otro lado del río, ribera abajo un rugido ensordecedor, acalla la risa, eriza los pelos del matador.
La Leona intuye dolor, gime, rauda corre, acoge temblando bajo su brillante pelaje a cuatro cachorros, huérfanos de padre, sus felinos ojos enrojecen, las cuatro cabezas lame con ternura y parte.sus hijos tienen hambre.
Any Vaughan.