(Prometeo)
Desde tus pies la cumbre titánica
se levanta en micénica epopeya.
Gigante, esbelta, el arte que Eros
propalara en tu belleza.
Me hablas mujer desde la cima
para alcanzar la llama
en el centro de tu pecho,
y me encumbro desde abajo
hacia el Olimpo celestial que brota de tu cuerpo.
Hay Hadas que soñaron con tus piernas.
Hay volcanes que gritaron por tus muslos.
Ardientes Troyas generaron mil batallas
para escurrirse en el dominio de tu entorno.
Y ahí estuve en la odisea:
palmo a palmo, toque a toque,
sintiendo el orbe
con las yemas de mis manos.
Hubo sombras y deleites,
pero sólo en tu cadera
conocí el temblor de la mañana.
Así viví la tregua de laureles,
el arco forjado tras el triunfo,
las pléyades cantando la asunción
de los titanes.
Y en tu vientre, ¡Ah, mujer, mujer!,
más allá de toda obra…
La telúrica verbena en que los Dioses
festejaron sus proezas
y alabaron la armonía y perfección
de la belleza.
Pero yo contuve el fuego,
de tu pecho hacia mi mano,
de tu aliento hacia mi boca,
de tus labios a mis labios,
en la braza eterna del apego.
Y mi corazón se abrió
como la llama consumiendo al viento,
para propalar al orbe
el amor que vivo y que profeso:
Te amo mujer y a los ojos que venero.
A ti exalto como bruma incandescente,
de ti depende mi silencio hilarante,
a ti reclamo como el aire que me nutre.
Te amo mujer, y es todo lo que siento.
Te llevo adentro, en el fuego que me nace.
Te amo a ti, y es todo lo que siento.
Salvador Pliego