Desde el rincón en que te escribo, amada,
en esta latitud cual más lejana,
te ruego solamente, dulce vida,
que por ningun motivo, tu me olvides.
Intenta simular, que no me quieres,
y llega, si es preciso a detestarme,
abriga otra ilusión, si te complace,
más solo te suplico, no me olvides.
Deshecha mis escritos, mis regalos,
y ya no aspires más, mi rojas flores,
divulga, que sin pena, me aborreces,
pero en tu corazón, nunca me olvides.
Prefiero dulce amor, que me aborrezcas,
que tomes una espada, y me la encajes,
prefiero soportar, tu vil desprecio,
más no soportaría que me olvides.
Pues si me olvidas tú, ¿qué más me queda?
¿En quien podré pensar, cuando agonize?
De mi existencia, ¡nada quedaría!
Por eso te suplico, no me olvides. Ciudad de México, Octubre de 1998