Dejo estas colinas de verdores desparramados
por las cortadas, hacia el mar del fondo
-espejo que gravita entre el cielo y el suelo-;
mar de pelaje hirsuto o dócil o huraño,
acariciando el acantilado, haciéndolo arenilla...
Dejo estas costas y estos aires, respirados sin tregua
en el inmenso forcejeo de la vida, amarilleados o azulados
por la avaricia que forjan las piedras romas de lapisázuli,cataduras
de un suave y eterno besuqueo...
Piedras redondas como lunas que se desplazan
hacia la playa para recrear las miradas del paseante...
Transparentes como medusas,traslúcidas como el alma
de un culpable...
Dejo estos lares sin melancolía,sabedor sin sentido
de que la luz del sol brillará allá donde exista planeta,
-sólo que a horas alternas-;
sabedor sin sentido de que el cielo
tiene más o menos estrellas según la brújula marque
al Norte o al Sur del corazón;
que la vida es una escala de peldaños huidizos,
amartillados o blandos, según el caudal del Acaso...
Dejo estas colinas de verdores frondosos, suavizados
por el azul del piélago marino -eternamente inquieto y relamido-
de colores combinados y olores bizarros de mariscos,sabedor
de que en el horizonte hay una ciudad de verdes praderas
donde el tiempo no pasa y no sueña,sólo descansa en paz.
Sin agobios ni oprobios.
Voy a esas verdes praderas-donde pastan los búfalos salvajes y libres-
con la mochila vacía...
Sólo me llevo la esperanza.
pio espejo