Era una mujer normal
como he conocido tantas:
alegre,sana y jovial,
la sonrisa a flor de labios
brotando del corazón
y en esos ojos castaños,
para otros "sin expresión"
para mi había dos luceros
¡tan puros, limpios, sinceros!
reflejando su hermosura,
impregnados de ternura
en la luz de su mirada,
y en su cara retratadas
la esperanza y la ilusión.
No tenía nada especial
que pudiera distinguirla
de docenas de mujeres
de su misma condición:
mujer madura y formal,
con experiencias vividas
en otra etapa pasada,
época despreocupada,
en el abrigo de un hogar
que un mal día llegó a su fin.
Gratos recuerdos guardados
en su cofre de memoria
un presente desahogado,
regular, satisfactorio;
y en el alma un repertorio
de sueños aún por venir.
Era una mujer común
para todos los demás,
pero ¡para mi era el cielo
en su máximo esplendor!
ella era todo mi amor,
mi ilusión, mi gran anhelo,
mi respuesta en esta vida,
la más dulce y más querida;
objeto de mis desvelos,
¡mi sueño hecho realidad!
Un compendio de bondad,
de ternura y sencillez,
de serena madurez,
de bella femineidad.
¡Era un ángel luminoso!
¡Era mi felicidad!
Y fue también mi tormento
al no lograr conquistarla,
la distancia en mi camino,
una extraña a mi destino
y yo jamás debí de amarla.
Fue mi sueño equivocado,
la daga en mi corazón;
la que nunca me hizo caso,
la que rompiera en pedazos
mi más intensa pasión.
Se alejó tal como vino:
sin un adiós ni un reproche;
sólo se esfumó en la noche
de mi desesperación.
Hoy me queda su recuerdo
marcado dentro del alma
como una honda cicatriz,
ya nunca podré olvidarla:
ni su rostro ni su nombre,
ni el amor que me hizo hombre
ya varios años atrás.
Nunca más seré feliz
pues nunca estaré a su lado,
he quedado condenado
a padecer siempre mi herida;
era el amor de mi vida
y ahora es la sombra querida
que me acompaña hasta el fin.-