Alegre el caballero
su tierna suerte probaba,
caminando por senderos
hacia su ruina avanzaba.
Hasta el límite del desierto
lo llevó su sed de aventura
y vislumbró a lo lejos
una imagen blanca y pura.
Detuvo un poco su paso,
pues el hidalgo no sabía
si continuar adelante
o andar por otra vía.
Se decidió avanzar y hasta la escultura llegar.
¡Ay! cruel camino escogió
aquél que a nada temió.
La blanca estatua en pie,
tenía figura de mujer.
La piel suave y fina
casi etérea, casi viva.
Su talle delicado
parecía más que humano.
En una oración constante
se veía su semblante.
Pero algo maligno tenía
el mármol de aquella figura,
escondido en sus pupilas
o entre sus ropas de diva.
Misterioso ambiente le envolvía,
pues aunque el sol de mediodía
aparentaba ser candente,
el viento helaba como en Diciembre.
El rápido paso del mozo
se trocó lento muy pronto
y la sangre hirviente en sus venas
perdió su calor y su fuerza.
A los pies de la dama, anhelante,
esperaba que de amor ella le hablase;
ahí quedó dormido, cautivado,
sin tiempo, sin destino. congelado.