Aún los que juzgan
el encanto de tus formas
no piensan ni saben
que en tu cuerpo violento
mil desvelos se esconden,
alertas y dispuestos,
ya pronto a estallar;
y es que tan sólo
mi deseo los presiente,
los escucha temblar,
toca sus límites,
se resbala por sus filos
y los besa en los pliegues,
en los bordes mismos,
casi en sus inicios.
Y ahí,
en la grata y quieta erección
de sus senos,
en el vibrar de sus botones,
en sus gestos airados
y en sus pasos apurados;
en el ritmo inquieto de su andar,
en el trajinar de sus caderas,
en su cintura serena
y en la curva de su hechura
que se ensancha inflamada
por el deseo incontenible
de darse sin medidas al deleite
con que dos cuerpos apretados
entre las sábanas de tiempo
se rinden extasiados
hasta perecer en el intento.
Y al final de todo,
en tus ojos quedos y lustrosos,
en toda tu clara juventud,
en la piel con que te entregaste
y te diste,
asequible y dócil,
al encuentro primero,
en tus secretos íntimos
y en los besos extasiados
que aquélla tarde desencadenaron
el comienzo interminable…
lo que no saben ellos.