Mi impericia como escritor me lo impedía en aquel tiempo de luz,
Ocurría en ciertas ocasiones que no podía transmitirte mi voz,
Con lo mucho que me hace falta ser escuchado en estos días sin augurios,
Donde las voces se apagan, quien sabe por que misterio o sentencia.
Asediaban mis palabras una conmoción violenta y sin cristales
Aquella noche de perros que descifré el jeroglífico de tu cuerpo;
Me podría haber ido peor, con heridas pero sobreviviendo.
Soy militante de noches oscuras sobre todo en días grises.
Nunca dejo de comprarte versos que no me salen.
Sé que soy incauto y grave como tormenta del sur.
Si no te hable antes, no me prestes toda la atención que merezco.
Siempre suelo alejarme más lejos de mis distancias.
No soy tu crimen en la noche alta, ni tu pecado de placer,
No me suprimo en escuetas pretensiones, no me ablando en durezas,
Aprendí a estirar el pellejo acorde a la necesidad,
Que a veces se vuelve deseo, prematuro y primordial;
Deseo que salta desbordado desde mi aurícula,
Bañando mi obra maestra, mi perfecta creación,
Que se desvanece en ocres sucesos de nefastos desenlaces.
Cuando tu presencia empiece a apurarse entre sombras
Y batas tus alas tiernas sobre el infierno devorador,
Tendré la justa certeza o podré saber a ciencia cierta,
Aunque ya no estés, aunque mi impericia me lo impida
Que te hiciste poema para perdurar en el tiempo.