“Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él”. Lucas 5:13.
Los leprosos debían llevar rasgada la ropa y descubierta la cabeza y con la cara semicubierta debían gritar…
- ¡Impuro!
- ¡Impuro!
Para asegurar que no se les acercara nadie.
Debían vivir solos, fuera de la ciudad y apartados de sus familias (Levítico 13).
Una y otra vez tenían que pasar además por la experiencia de ser blanco de las burlas, del desprecio, e incluso de las piedras arrojadas por quienes querían mantenerlos a una distancia aun mayor.
Estas personas actuaban sin ningún remordimiento de conciencia, total, en el libro del Deuteronomio estaba escrito que la lepra era un castigo de Dios por la desobediencia del propio leproso o de sus ascendientes (Deuteronomio 28:27).
Pero Jesús no trató de este modo al leproso, quien violando la ley se acercó a pedirle que lo curara.
Jesús lo trató como trataba a todo el mundo, escuchó lo que le pedía y lo tocó.
Sin guantes de goma, sin guardapolvo, sin cubre boca, sin temor de contagiarse.
Seguramente, era la primera vez en años que alguien tocaba con afecto a este enfermo.
No sé si ese gesto fue suficiente para curar al leproso o si Jesús tuvo que hacer algo más, pero sí sé que las caricias siempre producen beneficios saludables.
Para un enfermo, una caricia sin fingimiento es más eficaz que la mejor medicina y la negativa de una caricia no puede ser remediada con nada.
Amén.
Dios Te Bendiga.
Ministerio El Remanente Inc.
Iglesia Cristiana El Remanente