Tan sólo al contemplarte, amor bendito,
disipas con tu luz mis densas sombras
y no hay un sonido más exquisito
que el canto de tu voz, cuando me nombras.
Si todo en mi camino son abrojos,
tinieblas que a mis pasos obscurecen,
el faro que me guía son tus ojos
y al verlos, las sombras se desvanecen.
¿Qué mágico conjuro habré invocado
para que tu acudieras en respuesta?
Ahora soy un ser privilegiado,
pues nunca imaginé dicha como esta.
Tan sólo te suplico, ángel amado,
que nunca me abandones al olvido,
pues desde que nos hemos conocido
el alma y el aliento me has robado.
Te ofrezco el corazón, ¡mi vida entera!
a cambio de tu amor y compañía;
invierno, otoño, estío y primavera,
contigo he de pasarlos, ¡vida mía!-