Este canto es para ti, mi inolvidable poeta,
hombre sencillo y afable repleto de fantasía.
Tanto me elogias que mi alma se halla repleta,
colmándome de esplendor y apasionada poesía.
Has penetrado en mí con tu irradiación divina,
como algo que ensalza y a la vez me estremece;
serás para mí más que una adelantada medicina
en donde lo bonito se transforma y a veces crece.
No descuides jamás, amor, nuestro llamamiento,
porque aunque no lea tus poemas siempre lloro,
y ya no te podré apartar nunca de mi pensamiento,
por ser mi complacencia, inspiración y tesoro.
Y regresaste a mí enseguida, y me embriagaste
y pude conocer el resplandor que vi en tu mirada.
No te dije que me encantó el verso que me diste;
hacía bastante tiempo que estaba de ti enamorada.
Ahora sí que no podré permanecer sin tu presencia;
este corazón exaltado se ha adjudicado ya tu apego.
Cada noche en mi sueño rebasa en mí la impaciencia,
y siento dentro de mí que algo arde más que el fuego.