Huye sin percibirse lento el día,
Y la hora secreta y recatada,
Con silencio se acerca y despreciada,
Lleva tras sí la edad de quererla mía.
La vida nueva, que en madures ardía,
La juventud robusta y engañada,
En el postrer invierno sepultada,
Yace entre negra sombra y nieve fría.
No sentí resbalar mudos los años;
Hoy los lloro pasados y los veo,
Riendo de mis lágrimas y daños,
Mi penitencia deba a mi deseo.
Pues me deben la vida mis engaños,
Y espero el mal que paso y no le creo,
Falleció amor, afortunado y fuerte;
Ignoran la piedad y el escarmiento.
Señas de su glorioso monumento:
Porque también para el sepulcro hay muerte.
Muere la vida y de la misma suerte.
Muere el entierro rico y pobre opulento;
La hora, con oculto movimiento,
Aun calla el grito que la fama vierte.
Devanan sol y luna, noche y día,
Del mundo la robusta vida, y lloras.
Las advertencias que la edad te envía,
Risueña enfermedad son las auroras;
Palabras de la salud es su alegría,
Mi muerte Jesús tentarlas en tus horas.