Hora cierta lejana, amarrada al vaso que viste al vino,
Que juega entre las manos. El olor a silencio
Alrededor del cuello en forma de soga.
Las lágrimas huyendo del cuerpo
Hacia un océano de tenebrosos llantos.
Las palabras diluidas en la saliva
En la oscuridad del paladar, avezado a la campanilla.
El temblor que proviene del mismísimo latido
Derruido en las mazmorras del ahogo.
Noche siniestra, mientras aliento al cuerpo sin eco,
Que cubre el suelo frío de invierno.
Y al caminar de la música, bajo la veraz lluvia
Que anega el surco de las manos
Y disfraza a las lágrimas, en dulce sal de compañía.
Razón de mas, huir en la despedida sin aire
Que impulse a volar por encima de cualquier techo.
Viajando con los sueños sin ser vistos
Donde el ojo pliega su linterna
Y divisa el horizonte.
Entre esta frontera melliza
Que une dos ideas en un mismo destino;
Al acero con el fuego,
Forjando a la lengua de su desdicha
En las horas que la guerra
Fija su paz y cura las heridas,
En las horas que el humo de un lejano cigarro
Choca con la humareda de la chimenea
Y cubre de niebla los cielos
Que dibujan los sueños.
Donde voy, allá donde la distancia huye de si misma,
Tras las colinas y el trasnochado océano,
A la distancia miope de cualquier anochecer,
Velando bajo un rayo de sol
El eterno perecer
Sin levantar sospecha
De que hoy, sin previa fecha
Dibujo en láminas de testamento
Sin ahogar la soga en el cuello.