Ay amada mía, no sé como empezar a escribirte todo esto,
y en verdad no lo sé,
porque al finalizar de plasmar con mi pluma lo que llevo dentro,
estarás lejos, muy lejos de mí,
separados por la inmensidad del mar
y el implacable caminar del tiempo.
Como duele saber que al tú leer estos versos
no te tendré entre mis brazos,
sintiendo el suave palpitar de tu pecho,
el tibio aroma que emanan tus manos
y el tierno calor que dejan tus besos…
Al sentir la sombra de tu ausencia, me pierdo en tu mirada,
aunque tu mirar ya no esté en mis pupilas
y tus inmensos ojos se hayan perdido con el viento.
Trescientas noches separarán nuestros caminos
andando solos entre gente extraña y arreboles del tiempo,
espiando entre la muchedumbre la esperanza blanca,
de verte en otro rostro;
aunque nunca la encontremos,
nuestros corazones estarán más unidos que nunca
a pesar que la gente diga que ya es tarde,
y que se han acabado nuestros momentos.
Trece lunas recorrerán el firmamento en un año
que dejarán tras su estela, el amor que te profeso,
sabiendo que con el amanecer de cada día
esperaré ansiosamente volver a besar tus labios
y hundirme en tu cuerpo,
aunque tu llegada se atrase con cada noche que pase,
como con cada oscurecer morirá mi aliento,
viviendo solamente, la inmensa soledad de tus recuerdos
y el frío turbio de este silencio que me desgarra por dentro.
No te diré adiós, porque es tan sólo un hasta luego
y aunque no puedo prometerte nada, porque el futuro es incierto,
te doy la llama de mi amor sincero
para que al volver, coloques en mi pecho,
el corazón que hoy te llevas
atado a tu mirada y escondido entre tus dedos.