Un galopar de sombras fantasmales
que en desbandada van sobre las copas
de los añosos suces sepulcrales.
Un clamoreo de fingidas tropas
que en sanguinario, atroz enfrentamiento,
dejan a muchos árboles sin ropas.
Es el fragor del desatado viento
que hace crujir las ramas y devasta
todo a su paso, con furor violento.
Es la iracunda tempestad nefasta
que ruge escalofriante y tumultuosa
y rompe con la paz y no le basta,
pues saca a los difuntos de su fosa
y en medio de relámpagos y truenos,
convierte a aquella noche en pavorosa.
Es como orgía en cuyos desenfrenos,
quedan dopados todos los sentidos
y resentidos todos los terrenos.
Noche de tempestad en que ateridos,
los mismos animales permanecen
inquietos, asombrados y escondidos,
y a cada nuevo rayo se estremecen,
oyendo de los trenos los gemidos
del viento, donde más se fortalecen.
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Al fin, el cielo se abre. No hay heridos.
La luna vaporosa reaparece
muy triste, entre sollozos reprimidos.
La paz en el lugar se restablece,
por más que muchos árboles añosos
quedaron arrancados, se engrandece
por uno de esos hechos prodigiosos,
la gloria del lugar, pues protegidos
e ilesos han quedado y en sus nidos,
los dulces pajarillos amorosos.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC