La luna nos mira
desde lo alto del firmamento,
pero a veces me espanta
y a veces ofrece su encanto.
Jacinto se pregunta incomodado,
si los rayos vienen de la luna,
o si salen de abajo del inmenso mar,
trazando el camino para el potentado.
Para el astrólogo loco,
la suerte es buena para el opulento,
la luna es su cómplice de demencia,
se ríe como prostituta
que vende su influencia
y los signos del zodíaco permuta.
La luna no existe para Rigoberta;
con suerte pasó su luna de miel
bajo una cobija de paja,
de piso cruel,
triste en la noche inmersa.
La espalda magullada y todo su ser,
sin saber si era luna llena,
o cuarto menguante u ocho cuartos,
copuló para reproducir una angustia,
un campesino lleno de espantos.
La luna alumbra poco, dijo Juan;
no da sombra, ni asombra;
da suerte y penumbra a cada cual,
pero sólo llega como el sol,
sólo sale para la gente de la capital.
Para el pobre la noche es una,
para el rico miles para recordar,
el uno llorando de aquí para allá,
el otro riendo
bajo la sombra de la luna.