La tranquilidad de mi monte,
Se volvió volcán en erupción,
Cuando tus manos con su don,
Comenzaron con su tarea,
Y presa de la emoción,
Mis manos navegaron,
Entre tus piernas y vientre,
Sintiendo la humedad,
Aquella que invita al placer,
De poder hacerte mujer,
Todo fue delirio creciente,
Cuando mi espada convertida en acero,
Rasgo con tajo certero,
Toda tu inmaculada simiente,
Aquella que se pretende,
Sólo entregarla a quien finalmente,
Sus días compartirá hasta la muerte.
Cuán Craso error,
Comete el hombre con su suerte,
Que confunde amor con muerte,
Por el simple placer,
De ser hombre completamente,
Y se entrega por el simple sabor,
De un momento de fuego,
A un inocente candor,
De mujer naciente,
A quien marca para siempre,
Sin haber sentido amor.