Caminaba entre tinieblas
y una luz me iluminó: “Si es verdad que amas
dejarás en libertad.”
¿Cómo soltarlo de mis manos
si lo quiero para mí?
¿Si deseo tanto volver al camino
que una vez en la vida perdí?
Mi estrecha sensatez
demostraba mi idiotez;
“en la grandeza del amor
está el desapego y el perdón” ,
dijo la luz en mi interior.
Me rehusaba,
mil excusas inventaba:
“ no es posible, yo lo quiero para mí”.
Me sumí hasta el infierno,
vi la cola de Satán,
hubo un tiempo en que el espejo
rehuía mi reflejo,
no era yo…
era la sombra…
aquella que no aceptaba el No.
Una noche desolada,
oscura como mi estrechez egoísta y total
ocurrió algo, para bien o mal.
En un corto espacio repleto de gente,
de amigos, de amor,
nada me era suficiente y sentí desolación…
una imagen vió mi mente
y pensé: ¡Oh mi señor!
Qué ciega he sido,
todo este tiempo un gran tesoro he tenido
y apreciarlo no he podido
por mi falta de visión.
Una historia conocida en mi mente se extendía…
ella lo amaba y prefirió perderlo a verlo sufrir…
con el desgarro de ver su alma partir
se despojó de todo, hasta de sí…
ella sí amaba…
eso era amar,
no era egoísmo sucio y vulgar
como el que un tiempo hube de andar.
Me avergoncé,
quise morirme,
desvanecer…
lo menos que hacer podía
era el orgullo dejar atrás,
enderezar el rumbo, rectificar
y agradecer lo que antes yo no aprecié…
por ignorancia, por cobardía…
por lo que sea ya que más dá.
Una mujer de rodillas…
en mi mente…
suplicaba de su señor piedad.
Era su sangre!
Era su vida!
era su todo…
pero amando lo abandonó.
El hombre al ver lo que prefería
supo enseguida que aquella cría
a nadie más le pertenecía.