No, compañero. Sepa que aquí nadie se muere,
ni aquella que me ignora ni aquella que me quiere.
No sufrirán de amores según usted me dice.
No hay ningún documento que me lo garantice.
Yo escribo para todas. Mi extenso repertorio
no cuenta en sus haberes ningún chivo expiatorio.
Ya muchos me lo han dicho; pero yo no hago caso.
Usted vertió la gota que derramó mi vaso.
Perdóneme si acaso mi claridad le cala;
pero no hay entre todas ninguna que sea mala.
Todas ellas son bellas. Todas, hijas de Dios;
pero de todas ellas yo sólo quiero a dos.
Una es, a todas luces, luz de mi poesía.
Ya todos la conocen, es la Virgen María.
La otra, ni la nombro, porque no la conozco
y yo para ninguna quiero pasar por tosco.
Además, de nombrarla, perdería su encanto.
Yo mismo perdería mi condición de santo.
Si llegara a nombrarla, tal vez sí sufriríamos
y no sé ni por dónde ya los dos andaríamos.
Así son estas cosas, compañero poeta
y disculpe que en estos asuntos no me meta.
Jamás lo hubiera hecho si usted no me lo advierte.
Soy Heriberto Bravo. Su amigo hasta la muerte.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC