Amamantaba a su hijo, con agua de leche,
sus pechos eran vagos, débiles y endebles,
susurraba al oido la nana de sus placeres,
y a su sonrisa le respondia una lágrima tenue
No quedaban rastros de pan, solo piedras al dente
la sed la apremiaba, surcaba el mar al frente,
manos temblorosas sin fuerza ya en sus dientes,
sollozaba hacia su niño, tristeza hacia su muerte
Camino hacia la puerta, dando rezos al presente,
su manta recubierta de suciedad y maloliente,
refuegiaba en ella el futuro de su suerte,
a la iglesia le cedia el milagro de su vientre.
Descansaba, sin cadenas al tormento adherente,
no habria lloros de hambruna en su nana solemne,
la sonrisa se hizo eterna, y sus ojos perennes,
abrazada a su sol, partiose resplandeciente.