La muerte tambien se enamora

La muerte también se enamora
y de tu cuerpo se prendó.
Y como la amantis religiosa,
a tu cuerpo lo comió.
Primero bebió de la rosa
y luego,
de violetas asesinas
a tu cuerpo lo sembró.
Tomó tu cuello de sirena
y con avidez lo devoró.
Y tú vistes cada día
cómo ella te comía
y por ello,
preparastes el adiós.
Adiós nos dijistes a todos
con mucho cariño. Y sin rencor
para todo aquél que te hizo daño.
Pues les distes tu perdón.
Tú sabes muy bien compañera
lo mostrenco que soy yo.
Y de cómo nunca fuí a verte.
Y es que no lo necesitaba,
pues te llevo en mi corazón.
Que así fué desde aquél día
en que en la Plata amanecía
y brillaba más el sol.
Entonces tú eras Blanca Nieves
y yo, tan sólo el humilde leñador.
Que te hizo su Princesa
prendadito de un perfume
para mí enloquecedor.
Tú eras Princesa en Palacio
y nunca el copero mayor
dejó que yo me acercara
y hasta el perro me azuzó.
Yo acudí a mi Ada madrina
por ver si ella medraba
y me dijo que la reina Madre
la puerta se la cerraba.
Y por ello, desengañado y mohino
sin rumbo y sin reloj
me tiré a los caminos
con la guía del Señor.
Y en mi incierto caminar
me encontré con una moza
que sin ser de sangre real
a mí me pareció muy hermosa.
Me hizo el paso franco
y dejó que en su fuente clara
yo me lavara la cara
y del cuerpo me quitara el barro.
Y ya nunca más te encontré
viviendo en el mismo barrio.
Y habiendo sido unidos
por, de la mala bestia, el zarpazo.
Bestias inmundas que un día
a ambos nos atacaron.
Yo obté por la huía
y tú por tu merecido descanso.
Y porque no quiero cansarte
en estos momentos tan fuertes,
yo me despido de tí.
Con la esperanza de volver a verte.
Cuando el Diós nuestro ejecute
el plazo que me dió de vida
Y la suerte,
de por siempre, cada día,
compañera ya tenerte.