Sí, mujer, yo te acuso
de despertar en mí
el más noble sentimiento de amor
que hombre alguno pueda sentir.
Me has puesto,
sin una lógica ni razón,
a pender de las alocadas ideas
de mi pobre corazón.
A recoger en el ocaso
los reflejos de oro de la tarde moribunda,
a pintar de esperanzas
el rostro tierno de la luna.
A recoger en la oscuridad de la noche
un ramillete de estrellas,
y esparcirlo en tu pelo,
mujer de alma buena.
Sí, mujer, te acuso
de verter en mis labios sorbos de miel,
dulce delicia que enciende de pasión
y arrebatas con ímpetu
este pobre corazón.
Eres culpable mujer,
de abrir las puertas de tu alma
para que entrara en ti
y dejara extenuadas
estas ansias locas
de hacerte feliz.