PARTE IV. MUERTA EN VIDA.
Soledad que abruma su pusilánime vida,
Llena de maléficas angustias su corazón,
Rompe con gracia sus secos besos, Hasta arrastrarle a la exinanición.
Florecen jazmines fúnebres marchitos,
Que desdeñan su oscura prisión,
Aborrece sus pensamientos fortuitos,
Su ensueño infausto, su incontrolable ambición.
Debiera morir una noche de estas, en silencio y con magnificencia,
Como un hada torturada, que no soporta su gran tristeza.
Debiera confinar su querer con ácidos mortíferos,
Y arrastrar sus pensamientos de amor a la infamia,
Encadenar sus labios mecedores de silencio.
Sepultar sus noches de ausencia en desgracia.
De soledad se visten sus anhelos,
De ausencia y niebla se cubren las palabras dichas,
Como fugaces insectos que vuelan en un cielo negro,
Así vuelan sus sueños hacia la desdicha.
Como pisadas en tierra sepulcral,
Se cubren de miedo vuestras almas,
Y a través de un erudito manto misterioso;
Se oculta su flameante falacia en la nada.
Es más que soledad su sonrisa,
Es injuria su eyecta mirada.
Mas que ausencia su recuerdo,
Mas que inerte su almarada.
Crece el odio por sí misma,
Por no exiliarle de su mente,
Y es eterna la infortunia
Por quererle eternamente.