Que poco sabrán la historia
Los pocos que quedan vivos,
Portadores de tus venas
Que llevan el mismo vino.
Que poco habremos contado
De tu historia, a los amigos,
Porque de la misma vid
Nacieron mis propios hijos.
Que poco hemos hablado
De tus surcos como hilos,
Tan prolijos cultivados
baldes de amor regados;
tu cariño interminable,
¡eterno amor de madre!!
Curvada sobre esos surcos
Yo te vi desde mi infancia,
Recogiendo tus sembrados
Para poder sustentarte.
De tu dialecto Italiano,
y tu trenza enroletada,
De tus caricias de abuela,
De las manos de una madre.
Tus ojos color de almendras
Con tu sonrisa de niño;
De tu cara angelical
De tu risa despojada.
La llegada a estas tierras,
Traída por un hermano
Huyendo de una guerra, y el casamiento obligado.
De tu pan y tu galleta
Que como dulces buscamos.
Sanar de tus rezos y palabras,
En largas colas, esperada
el empacho,. la ojiadura,
las lombrices solitarias,
Tus manos callosas fueron
La sanación de las almas.
De la misa dominguera
Que en tu vejez escuchabas
En la “capilla” hecha radio
Porque ya no caminabas.
De la noche en que te fuiste,
cantó el gallo cual gallina, y seguro que me viste
Anunciando tu partida
A los Ángeles alados.
Edgardo Ruiz Beldarrain