Dirigio entonces sus pasos,
Al inclemente desierto de Erimetea;
Famoso por sus cielos rasos
Y sus suelos yermos,
Que daban la apariencia
De montañas nivea.
Mas al divisar a lo lejos
El himalaya,
Con sus montes cubiertos
De eternas nieves;
Donde la belleza de aquellos parajes,
Acariciados aveces por ofuscos vientos,
Aparentaban desguajarse de apoco,
Cual imponentes montañas de arena.
Recompuso pronto sus pasos,
Y con la esperanza que nos aleja
De los fracasos;
Pronto estuvo sobre sus esmeraldas praderas.
Encontro en ellas un labriego,
Que sembrando la tierra
Con amor, paz y sosiego;
A su humilde choza le convidaba.
Miro a lo alto del cielo,
Donde el sol en su cenit
Con su calor
Dulcemente le acariciaba;
Denotando que por estar en esa altura,
Siete grados a la derecha,
Parecia que ufano se deslizaba.
Busco en vano el nido del aguila..
Pero estando en el hogar
Del humilde campesino,
Construido solo de paja,
Recibio de el un crucufijo,
Que atras incrustado se leia:
"Donde la vida
Ya es fenecida,
Y no exista mas la esperanza;
La tercera virtud concedida,
Sera cosecha de añoranza"
Estuvo con aquel cinco dias,
Ayudando en las labores de labranza;
Pasado al final de los cuales,
Nuestro confundido caballero,
Partio despidiendose del entorno,
Con los respetos de la vieja usanza.