Cabaña de tantos fuegos
que se encienden y se apagan
por las noches busco leña
en las sábanas de mi cama.
De noche tiene alas
mi mente y se aleja,
lejos de mi tierra
hacia la cabaña de madera.
Frio el aire me congela
me reconforta la meta,
cuyo cabello de fuego
calentará mis dedos.
Vuelta y vuelta,
la noche avanza
contemplo la chimenea
de nuestra cabaña de madera.
Aterriza mi cuerpo yerto
con escarcha en mi rostro,
abro la puerta y el mundo
cambia de clima y belleza.
Una chimenea emocionada
emana fuego del infierno,
una mesa preparada
emana aromas de especias,
unos cojines amontonados
y una alfombra extensa,
cómoda la mantiene a ella.
Cierro la puerta de la noche,
despojo mis ropas heladas,
me percho un albornoz caldeado
y me dirijo al lecho improvisado.
Placidamente ella duerme;
su rostro tapado por su cabello
de fuego, parece este;
su túnica de lino blanco
se pega a su piel celeste.
Acaricio sus cabellos ardientes
se extremece a mi tacto,
y se despereza al instante
la bella durmiente
se alegra de verme.
La noche sirvió la cena
e invitó a unas copas,
nosotros brindamos por todo
y las vaciamos poco a poco.
La conocía de toda la vida
desconocia sus ojos,
se nos acabaron las bebidas
y nos faltaron los motivos;
uno sobre otro,
giros de molinos,
susurros sigilosos
sonrisas de caprichos.
Giró Roma alrededor del Sol
y Dios fue bondadoso,
aquella noche fue todo distinto,
un sueño en la cabaña
junto con aquella conocida silueta
y desconocido rostro.