Ya todo escapaba de mì:
el rìo y el madero,
el plumaje blanco del ave,
la semilla frutal de mis ansias,
el fuego y la locura...
El camino se alargaba
y al detenerme
todo pasaba a mi lado:
màscaras de carnaval,
adolescencias fluctuantes,
rostros sin cuerpos,
alas, ojos, carcajadas...
Y te llamè a gritos
hasta desgarrar mi garganta.
Te llamè sin nombre:
muchacha, niña,
amada...mujer.
Y todo llegaba a mì
como si nadie respondiera,
alguien me llamaba
con palabras sin letras:
ecos del silencio.
Sin embargo habìa vida
mas alla del camino
porque el àrbol respiraba
y el pàjaro cantaba.
Entonces alguien cruzo los sembrados
picoteando las espigas
como una paloma hambrienta,
era una mujer:
salvaje mujer.
La libertad era su dueña
y a ella le servìa ciegamente.
Corrì a su lado
y ante el ruido torpe de mis pasos
abriò sus ojos y mis brazos
la encadenaron para siempre...
Callò mi boca de dar gritos
y de la suya saliò una respuesta
pura y sin ecos.