Hoy ha muerto el cantor. Y está de duelo
esta casa. Porque él era la alegría
que tuvimos. Y cantó día tras día
para grandes y chicos. No hay consuelo.
Ya no veremos en las mañanas al abuelo,
cambiar el agua, poner semillas sopladas.
Levantarse en las frías madrugadas,
tapando el canto con todo su desvelo.
Un amarillo plumón está en el suelo
de la jaula que fue su única morada.
Nunca pudo volar. Pues su destino
fue cantar y alegrar todos los días,
de tristeza, tal vez, pues no podía
buscar en libertad su compañera.
No llegaría jamás, y aunque quisiera,
sabía bien de su destino marcado.
Una horqueta, alli en el árbol de al lado
esperó por él, día tras día
sin tener el pobre alado la alegría
de poder tener su nido allí enclavado.
Triste destino de las aves cantoras
que aunque encerradas, nos brindan alegría.
¿Será igual si a nosotros un día
nos encierran y condenan a cantar?
¿Quién nuestra pena podrá un día calmar
y devolvernos un poquito de alegría?.
Hay gente cruel que en una jaula fría
al canto y al cantor quiere encerrar.
Yo les digo, y estoy seguro al afirmar.
No es necesario meditarlo tanto.
El lamento del prisionero se hace canto,
porque cantando, es otra forma de llorar.
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