Sólo quedose el Calvario,
quedaron solas las cruces
y se apagaron las luces
de aquel singular santuario.
Marcháronse los soldados,
los violentos asesinos,
y entre los brazos divinos
al amor acostumbrados
de María, yace el Hijo
exangüe, sin sangre ya.
¿Quién con ella llorará
a quien tanto nos bendijo?
¡Ay, Madre! Perdón te pido;
pero no llores ya más.
Con tus lágrimas darás
más dolores al herido.
Déjame llorar por ti
porque Tú culpa no tienes.
Arranca y pon en mis sienes
la corona que le dí.
Déjame besar las llagas
que su cuerpo laceraron,
llagas que lo castigaron
como dardos, como dagas.
Tú sabes bien que su muerte,
Señora, no ha sido en vano.
Por ella más que temprano
la vida será mi suerte.
No llores ya, Madre mía,
Jesús resucitará
y a la muerte vencerá
por infame y por impía.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC