Te contemplo, en la extensión fugaz de un incierto paradero de gigantes
dormidos, en fuertes tempestades que tu alma me demuestra, en el orgullo
de tenerte tan cerca mío que me devora la ansiedad de saberte mía a cada segundo, en la lozanía intemperante de mil ojos en vigilia, en la noche
paciente de mis impaciencias dormidas, te contemplo cuando le escribes
en tu pluma infinita a mis ojos adormecidos aún, por no tenerte en mis huesos y en mis venas, cuando busco las respuestas a las preguntas ya entendidas y los interrogantes que se sueltan de tus labios, te contemplo, allí en la casa
en que los dioses me dieron para estar contigo, no hay hielo amor, no hay frío infinito, pues al contemplarte...lo gélido se derrite irremediablemente entre las cálidas sucesiones de verdades que nos cobijan.