Llegas de nuevo, desatada niña,
música flor reverdecida, plena.
Cobra tu tez la transparencia pálida
y el corazón a flor de piel se siente.
Vera del mar, deshora de tu vientre
que se convierte pensativo, nítido
en el verdor del arco de tus ojos
constelación de imágenes dormidas.
¡Oh, presentida música sonámbula,
voz que dormida calla su silencio.
Nombras el árbol del secreto fuego,
vacilación del inaudible canto!
Vierte, derrama tu silencio propio
que me rebosa mientras más me hiere.
Tiende, muchacha, tu dormida pléyade
de repentinos litorales ciegos.
Piérdete, noche. Borra mis palabras
en donde soy y tú serás, seremos
faros sin luz, vacío de murallas,
ciegas conciencias sin edad ni raza.
Ábrete más, inmensa, cual granada
desvanecida de rubíes, soles
con sus brillantes brillos de colmena
donde tu cuerpo cotidiano ríe.
Arde, memoria de fantasma noche
con el sabor extinto del almendro.
Fruto, sonrisa, resplandor de versos
abandonados en el mediodía.
Viene sin ruido tu presencia. Pesa
como fogata que de fuego viste.
Olvidaré tus repentinos ayes
en la mañana de tu pura frente.
Al manantial de tu marea danza
sobre tus aguas diáfano velero,
pétalo, luz, azúcar imprevista
que de tu boca fluye sin rencores.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC